¡Hasta la polla!. Esta es la expresión que más sonaba en el viaje de vuelta, sobre todo entre la gente que siempre solemos desplazarnos. Y es que estamos hasta los mismísimos de que nuestro equipo juegue en estos jodidos campos abandonados de la mano de dios. Todo lo que diga es poco. Bueno, comencemos desde el principio...
A eso de las nueve de la mañana echamos a andar del estadio un par de buses (Trompeteros y nosotros), en los cuales nos pusimos a tono a la vez que contemplábamos los cada vez más desgastados paisajes andaluces. Mención especial a lo confortable que era nuestro bus, que menuda mierda. Algunos hemos coincidido en el médico a causa del lumbago. Como no podía ser de otra manera, el chofer iba a juego con su vehículo, y ya desde el principio, este hombre-rata, que fue como la bautizamos, no sabía ni dónde estaba.
Por fin llegamos al pueblecillo de los cojones. No nos encontramos con ninguna sorpresa agradable, eran barriadas con un nivel bastante bajo y, por supuesto, con todos sus ingredientes. Las calles eran un muestrario dantesco de chicas con pantorrillas peludas, camisetas de tirantes bajo las que asomaban la pelumbrera racial, botas de color butano imitando a las Spice Girls, riñoneras multicolores, y chicos cejijuntos con pantalones ceñidos, reivindicando los que creían que eran sus colores (por cojones). Con este clásico panorama y tras pillar la entrada de juveniles (1.000 Ptas.), aunque nos correspondían las de dos talegos, nos apalancamos en unos bancos a privar, haciendo amistad con algunos isleños que no eran mala gente. Después de intercambiar debates ideológicos e inquietudes culturales (entre ellas la del porro y la del botellón) con ellos, nos dirigimos al ¿estadio?, cantando y con el único propósito de pasarlo bien sin restricciones, por supuesto. Pero para variar no nos dejaron entrar.
Hubo bastantes discusiones verbales, pero la peña tampoco achuchaba mucho. La verdad es que era un robo, un abuso, un descaro hablando el plata. Para entrar en ese recinto ferial no se merecían los dos talegos. Algunos nos introducimos ilegalmente y revendimos las entradas. Al final cedieron y dejaron entrar a la gente en el Camp Nou isleño. Nos colocamos sin ninguna opción en la tribuna con nuestras respectivas pancartas. Por cierto, que desapareció una chupa y una mochila, y desde aquí le doy todo mi apoyo moral para que muera, él y todo el que hizo la vista gorda.
En el aspecto deportivo el partido fue un descontrol impresionante y no merecimos que nos empataran. Nuestro "colega" Paco Chaparro demostró su categoría al intentar agredir al linier y encrespar más al público. Lo importante es que seguimos arriba y a ver su cuanto antes salimos de este puñetero pozo. En general se animó bastante, aunque para algunos medios solo sean los Trompeteros los que cantan y nosotros para las broncas.
Respecto al comportamiento de la peña, lamento comunicároslo así, a quemarropa, pero tras larga y minuciosa observación durante y después del partido, todavía no he llegado a una conclusión concreta. No lo entiendo, ese espíritu tan "light" es excesivo. Vale que los componentes del otro bando no merecían mucho la pena, pero es que la gente se achantaba aunque parezca increíble. No quiero pensar lo que pasaría con otro grupo de mayor envergadura, por lo menos la peña que por allí rondó. Achaquémoslo al fin de siglo y esperemos que no se vuelva a repetir y que la verdadera civilización de Brigadas y el viejo espíritu vuelva a resurgir.
Nos marchamos a pillar el bus, en el cual nos esperaba ansioso el hombre-rata. Cuando nos apresuramos a subir, no teníamos ni zorra idea de dónde nos íbamos a meter. ¡Ese engendro de chofer nos llevó a Badajoz!. Se perdió el muy capullo y por poco nos colamos en Portugal, pero, por si acaso, el Boca nos dio unos cursillos intensivos de idioma luso... Excuso deciros que, coñazo aparte, nos reíamos a más no poder. Nuestro Ignacio nos deleitó, una vez más, con su ausencia dental, y encima dejó su sello pateando en medio del bus, dejando un tufo que repateaba el hígado, aunque con el tiempo terminaba gustándote.
Entre todo esto, seguíamos perdidos y ya nos dimos cuenta que el hombre-rata era una causa perdida, y entre una paradita en una sucia venta y par de cánticos más del repelente "gafas" llegamos a Cádiz, después de 6 horas interminables. Un saludo a Olga por ser la más violenta del grupo y al Washy por defenderla (esperemos que su piva no se celosa).

 

Para el desplazamiento a Isla Cristina solo pudimos llenar un bus, además el Norte Trompetero consiguió, finalmente, llenar otro. La salida de los buses se produjo a las 9 de la mañana, aunque desde las 8 ya había gente en el estadio, ya sabéis, algunos sin dormir, ciegos y otros curados, ya que, o bien no salieron el sábado o se recogieron temprano. Antes de salir estuvimos charlando con algunos jugadores cadistas y comprando provisiones en el bar de la escalerilla.
El autobús que nos llevó fue el mismo que contrató el Komando Mela para el desplazamiento a Sevilla, con su chofer de bigote al volante.
Durante el viaje, la animación característica, animación con el megáfono, chistes, el Boca intentando conquistar a su "reina" Olga y el Ignacio comenzando a dar muestras de su coma etílico.
Hicimos una parada en una gasolinera en donde intentamos presionar a la comisión económica para que alquilara con dinero del fondo la película porno "Eduardo manos penes", pero ante la negativa de algunas pivas, la decisión fue respetada.
Llegamos a Isla Cristina sobre la 1 de la tarde y lo primero que encontramos allí fue una parada de autobús con un microbús, llamado "Lepe Bús".
Isla Cristina es un pueblo parecido a la población chiclanera de Santi-Petri, con sus marismas incluidas. La barriada que había enfrente del estadio era bastante bajundá (tipos los pisos de Puerto II de la Barriada). Allí estuvimos la gran mayoría hasta el comienzo del partido, bebiendo en una plazoleta macrobajundá, donde había un chicuco que era bastante buena gente.
En dicha plazoleta había una peñita de "isleros" bastante fumetas que se lo estuvieron montando de güenagente con nosotros. Incluso algunos jugamos al fútbol con los pivitos del barrio.
A las 2 de la tarde empezaron a llegar gente de Cádiz que habían venido en sus coches, y también aparecieron dos autobuses con gente del centro (Barriada de la Paz) que había montado el kiosko de Juanele.
A las 3 y pico abrieron las puertas del estadio, y nos dirigimos hacia dentro con entradas de juveniles que, en un principio, no colaron, pero ante nuestra negativa a pagar 2.000 Ptas. terminaron aceptando y dejándonos entrar después de más de media hora de duras negociaciones.
Durante el partido, los catetos más exaltados comenzaron a encabronarse a medida que éste pasaba y, además, empezaron a aparecer miles de pivitos que, al final de partido, se convirtieron en millones, y provocaron algunos altercados como lanzamientos de piedras.
Y a la vuelta, lo peor del desplazamiento. El carajote del chofer se equivocó, y en vez de pillar la autovía de Sevilla, se mete por una carretera comarcal y nos llevó hasta Valverde del Camino (a lo mejor se creyó que queríamos comprarnos unas botas o yo qué sé). Ante semejante despiste resultó que llegamos a Cádiz pasadas la 1 de la madrugada y, colorín colorado, este desplazamiento se ha acabado, aunque, después de las últimas noticias, puede que se repita de nuevo.