Cuando aún se le cantaba a Salomé que se acercara y ante la insistencia del menda de la Punta nos encaminamos hacia el autobús, pues salía a las 9 de la mañana.
Tras comprar avituallamiento para el viaje (mucho Dyc, poco bocata) al fin nos montamos en el bus, que ya llevaba media hora de retraso.
El autobús, para ser el peor de los 10, era cómodo y de no ser por un "payasete" que se empeñó en mear en los asientos de atrás el viaje hacia Graná fue de lujo, parando un par de veces.
En el autobús se cumplieron todas las nuevas normas F.I.F.A., pues no se comió, no e fumó, nadie de puso de pie, comportamiento exquisito aderezado al ritmo del "C.D.".
Nada más llegar a Graná la peña se esparció por ahí, quedando nosotros en una plazita con escalones, sombra y pegado a un chicuco del que no nos movimos hasta que llegó el autobús de Cádiz al estadio, momento en que la peña se cargó las pilas para el partido.
Fue impresionante el ver cómo la gente se agolpaba en la valla del estadio aclamando a los jugadores a dos horas del partido, cosa que creó que debió de dar ánimo a los jugadores antes del partido.
Para entrar a 700 pesetas por unanimidad (Robe por jubilado) y ahí empezó la fiesta.
Media hora antes del partido ya se animaba a tope, y conseguimos durante bastante tiempo coordinar los megáfonos de Norte y Sur, y se vivió un primer tiempo con un impresionante juego del Cádiz, correspondido por unas 1.000 gargantas que hicieron enmudecer a 10.000 granadinistas (vaya palabrita).
Al descanso 0-2 y sorpresa en la gente al ver que en la barra la birra sin alcohol pero que había whisky a punta pala.
El resultado, el whisky de la cantina y el lógico cansancio acumulado hizo que en el segundo tiempo se animara menos, pero se estuvo a buen nivel, viendo que el Cádiz controlaba los alocados ataques del Granada.
Al final nos volvimos a agolpar contra la valla de fuera para aclamar y con gritos de "El día 21, todos con Rovira" (sic). Tras lo que iniciamos una larga peregrinación hacia el autobús, callejeando a izquierda y derecha, siendo Juan quien sabía el camino, y de memoria.
Ya a la vuelta, destacar el impresionante varazo que dio "el peluca" todo el viaje, y con un forzado streap-tease del Ignacio del que se sacó una dudosa foto.
Sin conseguir que Salomé se acercara, llegamos a Cádiz a las 2 de la mañana, muy, muy cansados pero con cara de felicidad.