Como todos sabéis, el pasado fin de semana y con motivo del segundo partido de la liguilla que enfrentaba al Barcelona B y al Cádiz C.F., se produjo uno de los desplazamientos más largos y masivos de la historia del cadismo.
El club contrató para la afición cadista siete autobuses, de los cuales cuatro fueron destinados para los miembros de las Brigadas Amarillas y el Norte Trompetero, quedando los tres restantes para el resto de aficionados que quisieron desplazarse a tierras catalanas.
La salida estaba programada para las diez de la noche del viernes, pero un problema en las listas elaboradas por nuestro coordinador en los dos autobuses del colectivo hizo que saliéramos casi una hora tarde.
La primera parte del viaje fue amenizada en algunos momentos por las chicas de la Sección Puerto Real, que celebraron el cumpleaños de uno de sus miembros con la ayuda de los cánticos de todo el autobús ("Óscar, un carajo pa ti"), y que además nos valoraron como unos chicos "estupendos".
Después de una primera parada donde aprovechamos para saca nuestros víveres del maletero para que viajaran con nosotros, seguimos camino hacia Cuenca viendo con nostalgia las imágenes de la promoción jugada contra el Málaga en la temporada 90-91.
Por fin llegamos a una venta en Cuenca a eso de las cuatro de la mañana. En dicha venta, donde pararon los siete autobuses (craso error por parte de la organización), se produjeron los hechos por los cuales se nos ha calificado de delincuentes, ladrones, energúmenos y mil cosas más. Lo que sucedió en esta venta fue que, al acumularse más de 400 personas en las dependencias de la venta en cuestión, los más osados, fueran o no miembros de las Brigadas Amarillas, tomaron gratuitamente algunas botellas de vino y algunos quesos, que fueron devueltos ante la insistencia de la Guardia Civil, que amenazaba con detener a toda la expedición.
Este hecho, que alertó en demasía al jefe de la expedición, ha provocado las iras de algunos medios de comunicación, que han puesto su dedo acusador en nuestro colectivo, señalándonos como los únicos culpables de todo lo allí sucedido.
Es destacable que en todas las paradas que se hicieron nos encontrábamos con una patrulla de la Benemérita, que nos "protegía" ante cualquier problema que pudiéramos tener con algún ventero desalmado.
Prosiguiendo con nuestro viaje, y a medida que nos acercábamos a tierras catalanas, el alcohol y... iban haciendo mella en algunos expedicionarios, que se salieron del trasto y provocaron algún que otro incidente en un área de servicio, e incluso dentro del autobús.
A eso de las dos de la tarde del sábado llegamos a la Ciudad Condal, y la expedición se dividió entre los que querían visitar el Nou Camp, previo pago de 500 Ptas., y los que querían esperar el inicio del partido de una forma más convencional, es decir, bebiendo y comiendo en una plazoleta que se asemejaba a nuestro popular "Place" de la Barraca. En dicha plaza hicimos varias pintadas, y resultó que el menda del bar, apodado "Pequeño Shaolín", había hecho la mili en el Grupo Anfibio de Puntales.
Y llegó la hora del partido, y en el Miniestadi nos esperaban unas cuarenta unidades de la Policía Nacional y unos diez "seguratas" que se encargaban del cacheo general antes de entrar en el estadio, aunque, todo hay que decirlo, y sin que sirva de precedente, la policía hizo la vista gorda al sorprender a algunos aficionados introduciendo bengalas e incluso alguna bola de billar.
Durante el partido no se paró de animar, y al final tan solo Férez y Javi se acordaron de la afición, saludando desde el centro del campo, mientras que todos los demás jugadores se olvidaron de las más de quince horas que nos habíamos tragado para verlos.
Justo después de partido iniciamos el viaje de vuelta, donde ya se notó el cansancio y la resaca en todo el mundo, que aprovechó la noche para dormir.
El Boca sacó una cinta de vídeo con resúmenes antiguos del Cádiz, que fueron comentados por un miembro de la Curva Sur, y el Ketama sacó su tabla de parchís y dio buena cuenta de todo aquel que quiso enfrentarse a él.
A las ocho de la mañana del domingo paramos en la única venta verdaderamente digna de todo el desplazamiento, ya que todas las demás, además de tener unos precios desorbitados, carecían de productos tan elementales como el pan. En esta venta pudimos comernos unas buenas tostadas con manteca colorá por un precio asequible, que además nos sirvieron para recuperar todas las fuerzas que habíamos perdido durante el viaje.
Y sin más, a eso de las doce de la mañana llegamos a Cádiz, aunque algunos quisieron alargar la duración del desplazamiento y se quedaron en el bar de la escalerita privando y esperando que llegara la expedición con los jugadores.